A la hora de enfrentarnos a un discurso, un contenido formativo o cualquier otro tipo de mensaje que vayamos a transmitir de forma oral, van a surgirnos preguntas como estas:
¿Cuánto va a durar el contenido que he preparado? ¿Será suficiente para el tiempo que tengo asignado para transmitirlo? ¿A qué ritmo debería hablar?
Y es que aunque siempre es recomendable practicarlo, medir el tiempo que tardamos en exponerlo y ajustarlo, esto no nos resuelve otras cuestiones como lograr que no aburra ni sature. Por lo tanto, la siguiente pregunta que deberemos hacernos es
¿Cómo hago para atraer y mantener la atención de mi público? ¿Cuántas pausas es mejor hacer y dónde?
Pensemos que a la hora de pasar de la palabra escrita a la hablada intervienen muchos factores que determinan la eficacia de nuestro mensaje y la respuesta de nuestro interlocutor/es frente al mismo.
Algunos de los elementos que intervienen en nuestro discurso son:
Elementos directos: son aquellos que impactan en primer término en nuestro mensaje, es decir, independientemente de cómo está creado el contenido, éstos hacen que resulte atractivo, a priori, o no. Vendrían a ser los elementos que se perciben en primera instancia.
- La cadencia o ritmo
- Las pausas
- La entonación
- La dicción
Elementos indirectos: son aquellos que están íntimamente relacionados con el contenido, por lo tanto, impactan tanto en su forma escrita como en la oral.
- El enfoque o la intención
- La estructura
- El tono
- Estilo
La cadencia o ritmo
La velocidad a la que hablamos es un elemento que interviene directamente sobre la respuesta de nuestro receptor.
Estudios del Departamento de Comunicación de la Universidad Pompeu Fabra llevados a cabo por el equipo de Emma Rodero, han concluido que la cadencia o velocidad óptima para transmitir un mensaje se sitúa entre 170 a 190 palabras por minuto. Por debajo el oyente pierde interés y por encima empieza a sufrir saturación cognitiva (sobre todo si rebasamos las 200 palabras por minuto). Cuanta mayor complejidad tiene un contenido, más importante se vuelve la necesidad de que la cadencia no supere las 190 palabras por minuto. 170 palabras por minuto es una cadencia interesante que permite que el mensaje llegue, sin embargo, no deja espacio a que puedan preguntarnos o a reflexionar sobre lo que decimos.
Las pausas
Por supuesto, las pausas son esenciales para que podamos coger aire y hablar sin ahogarnos, sin embargo, más allá de esta cuestión física, podemos darle un uso estratégico muy interesante. Bien sea para reforzar el contenido del discurso, bien sea para invitar a una reflexión sobre lo mencionado, o para alimentar el interés del público desde el suspense, las pausas estratégicas influyen en gran medida sobre el mensaje y están condicionadas directamente por el tono y estilo del discurso, además de servir de apoyo para potenciar la estructura del contenido.
Las pausas estratégicas, por lo tanto, pueden cumplir diferentes funciones según el tipo de contenido que queremos transmitir y el enfoque o la intención del mismo. Para una formación, por ejemplo, en la que el contenido se ha diseñado para generar un aprendizaje, es importante que hagamos pausas estratégicas orientadas a respetar el espacio a posibles preguntas, además, de dejar unos segundos, entre bloque y bloque de contenido, para la reflexión. El alumno tiene que procesar con mayor profundidad el contenido del mensaje, por lo que las pausas cumplen una función muy específica y orientada a la intención del contenido.
En un discurso social o político, por ejemplo, plantearíamos las cosas de otro modo. Las pausas estratégicas tendrían un valor más enfático, es decir, una misión más emocional enfocada a generar empatía y conexión entre el receptor, el emisor y el contenido que se transmite. Por lo tanto, más que fomentar la reflexión o la participación como en el caso de la formación , el objetivo se situaría en otro lugar.
La entonación y la dicción
Sin embargo, para hacer un buen discurso o exposición no sólo es importante mantenerse entre 170 y 190 palabras, trabajar adecuadamente las pausas estratégicas, o ir combinando los espacios de exposición con espacios para la participación, lanzando preguntas que dinamicen y generen feedback, sino, además, trabajar una entonación y dicción adecuadas.
Aunque un discurso cuente con los elementos indirectos adecuados (enfoque, estructura, tono y estilo) y seamos capaces de transmitirlo controlando muy bien nuestra cadencia e integrando pausas estratégicas muy eficaces, si la entonación y la dicción fallan, se desmerece todo el esfuerzo anterior.
Por eso, cuidar estos dos elementos también resulta imprescindible, pues son los que en primera instancia y, durante los primeros segundos, cautivarán a nuestr@/s interlocutor/es. Después, por supuesto, intervendrán la cadencia y las pausas y, si todo esto resulta atractivo, querrán atender y conectarse con el contenido desde el enfoque, la estructura, el tono y el estilo.
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