Al pensar en el impacto de la globalización y su organización sobre el empleo y la creación de trabajo en general, se suele pensar que las nuevas tecnologías han contribuido al aumento del desempleo.
Sin embargo, la realidad es que las nuevas tecnologías y este nuevo sistema como tal, no son ni mucho menos los responsables de la transformación que están experimentando estas cifras, no, al menos, directamente. En el continente Europeo, gobierna, por parte de la población en general, una visión empíricamente equivocada.
Y esta visión, que quiere presentarse como “progresista”, cuando en el fondo, me atrevo a decir, es en realidad reaccionaria, pues suele sostener como un supuesto básico que la tecnología es un fenómeno natural y que, por lo tanto, nadie más tiene responsabilidad por sus efectos.
Nadie quiere asumir su parte y es por ello que el discurso descarga de responsabilidad a las empresas, a los trabajadores, o a los gobiernos, incluso a la misma Unión Europea.
Parece que aquí todos se lavan las manos y se justifican las cifras abogando a un fenómeno natural denominado tecnología “que llega y destruye el empleo”. Y, por descontado, este argumento es el que acaba consolidándose como una gran verdad para la población generando reticencia y fuertes críticas hacia ésta.
Este planteamiento reaccionario pretende hacer creer que todo ello genera “una catástrofe social” cuando en realidad es un fenómeno, que, como tal, puede gestionarse de forma diferente.
Empíricamente, la mayor parte de estudios que se han realizado, y han sido muchos, sobre la relación entre tecnología y pérdida de empleo, muestran que no hay una relación directa y unívoca.
Tampoco es cierto, como dicen los tecnócratas, que, por definición, las nuevas tecnologías creen más empleo.
En sí, esto depende de la tecnología en cuestión, del puesto de trabajo, de la formación, de las políticas de la empresa, de las políticas del gobierno. Depende de todos estos factores y algunos más que ahora nos desviarían del asunto también por ser dignos de reflexión.
Pero, para entendernos, el resultado final de una gran cantidad de estudios empíricos es que no hay ninguna relación por sí misma entre tecnología y empleo. Depende de otros muchos factores de los que sí somos tod@s, en mayor o menor medida, responsables.
Así pues, hay que actuar sobre estas otras cosas y admitir que la tecnología es indispensable para el desarrollo saludable de la sociedad pues nos permite mejorar o solucionar lo que hemos estropeado a lo largo de la historia en este precioso planeta.
Ahora bien, si se suma todo lo que estamos viendo: el más, el menos, el depende de aquí, el depende de allá, para saber si destruye o no empleo, el resultado global final es que no.
En último término, en todo caso, nos decantaríamos más hacia considerar que esta transformación, en todo caso, gestionada de una forma inteligente, puede potenciar más bien el aumento de este y no provocar su disminución.
Esta consideración quiero sustentarla:
- Primero, y observando los datos empíricos, en que ha habido un aumento extraordinario de empleo en el mundo en los últimos veinticinco años, entre otras cosas porque la mujer –que siempre ha estado incorporada al trabajo, pero no al trabajo remunerado– ha entrado a escala mundial en masa al trabajo remunerado, no solamente asalariado, sino como empresaria también. Y ha absorbido el mercado de trabajo.
- Segundo, en cuanto al empleo industrial, específicamente, los datos de la OIT demuestran que en los últimos veinticinco años ha aumentado el 72% de forma global, aunque, por el contrario, haya disminuido en términos absolutos en los países de la OCDE. Esto se debe simplemente a que la expansión del empleo en la industria se hace en otros países, como China, Brasil, el sudeste asiático o México. Por lo tanto, hay una relocalización del empleo industrial en países que tienen mano de obra más barata.
Por ende, la cuestión de que desaparece el empleo industrial es en gran parte un artefacto estadístico, porque denominamos “servicios” cosas que son “industrias”. No hay razones para sostener, como se hace a veces, que el software es una industria o que la producción de programas de vídeo o de televisión no es una industria, etc. O sea, cuando se hace un diseño para un automóvil en la fábrica, o en una empresa de automóviles, esto es industria, y cuando se hace en una consultora, no es industria. Todo lo que es información, pero que puede ser perfectamente industrial en el sentido tradicional del término, continúa creando empleo.
Aoyama;M.Castells (2002). «Estudio empírico de la sociedad de la información. Composición del empleo en los países del G7 de 1920 a 2000». Revista Internacional del Trabajo (vol. 121,núm. 1-2, págs. 133-171)
Artículo de opinión.
Autora: Silvia G Argente.
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